jueves, 21 de marzo de 2013

El cristianismo.

Roma, como la mayoría de los pueblos de la antigüedad adoptó una religión politeísta, que contaba con dioses para todos los romanos, y con una religión familiar, que nucleaba a sus miembros, en torno a la adoración de sus antepasados muertos. La prédica de Cristo fue rechazada en Roma, al punto de costarle la vida al propio Jesús, y sus seguidores fueron perseguidos y condenados por la mayoría de los emperadores.
Nerón, fue uno de los emperadores que más se ensañó con los cristianos, que no adoraban a los dioses locales, y se negaban a reconocer al emperador como un ser divinizado. Las ideas de caridad e igualdad cristianas, parecían oponerse al espíritu guerrero y jerárquico de los romanos. Por estas causas, acusó a los cristianos del incendio de Roma, ocurrido en el año 64.

Los emperadores Trajano y Adriano, fueron más tolerantes con el cristianismo, con la condición de que no violaran las leyes romanas.
En el año 285, Diocleciano, persiguió al cristianismo considerándolo una amenaza para el imperio. Esta nueva religión que primero fue adoptada por los grupos sociales más humildes, comenzó a ser predicada por todos los sectores de la sociedad. La explicación puede encontrarse en la crisis que se vivía en esos momentos, tanto en materia de seguridad, como económica y de valores espirituales. El cristianismo ofrecía una nueva oportunidad de reivindicación moral y religiosa.
Diocleciano privó a los cristianos de todos sus derechos, quemó copias bíblicas y demolió iglesias. Esta hostilidad cesó recién con el decreto de indulgencia, de Galerio del 30 de abril del año 311, donde se reconoció a los cristianos existencia legal.

El emperador Constantino, en el año 324, asumió el poder total de Roma, atribuyendo su asunción a fuerzas divinas. Un panegirista galo, anunció que el nuevo emperador había tenido una visión de Apolo, en un santuario de la Galia. La visión era de una cruz encima del Sol, seguida de las palabras “con ésta vencerás”. A la noche siguiente, Cristo se le apareció en un sueño, mostrándole el sentido de lo que había vislumbrado.
La tarde anterior a la batalla del puente Milvio, el 28 de octubre del año 312, tuvo otro sueño, donde se le ordenó pintar en los escudos de sus tropas el monograma cristiano. Al vencer a Majencio, y con ello acceder al poder en todo occidente, relacionó ese triunfo con la simbología usada. Como tributo a su victoria, erigió un arco en roma, donde se escribió que el tirano Majencio había sido derrotado “por inspiración de la divinidad y su grandeza de espíritu”, refiriéndose al propio Constantino.

En el año 313, se promulgó el edicto de Milán, por parte de Constantino I, a cargo del Imperio Romano de Occidente y Licinio, del de Oriente.
En esa fecha el Imperio estaba compuesto por 50.000.000 de habitantes de los cuales los cristianos representaban el 10 %. Las propiedades de los cristianos que les habían sido confiscadas les fueron devueltas. El cristianismo comenzó a convivir en un pie de igualdad con el paganismo.
Luego de vencer a Licinio en Adrianópolis, se apoderó, en el 324 de todo el imperio.

Reconoció públicamente sus errores y la salvación que Dios le había concedido.
En el año 325 se reunió el concilio de Nicea (Asia Menor), donde se reunieron trescientos obispos, con el fin de lograr la unidad religiosa del imperio, ya que el cristianismo había sido objeto de distintas interpretaciones. El arrianismo, sostenía que Cristo era el primogénito de Dios pero no su misma sustancia, sino una criatura de origen temporal. En el concilio triunfó la tesis opuesta consagrándose la trilogía del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siendo la misma sustancia el dios Padre y el Hijo. Los que no aceptaran esa fe serían desterrados.

En el año 326, Constantino se dirigió a Roma, lugar en el había estado en el 315, pero esta vez se negó a concurrir a una procesión y sacrificio en el Capitolio. La nueva capital se estableció en Constantinopla, donde antes había estado Bizancio. La nueva ciudad fue consagrada en el año 330, transformándose en ciudad cristiana, a pesar de que siguieron subsistiendo resabios del anterior paganismo, como estatuas y templos paganos, que ya no eran tenidos como sagrados. Se establecieron importantes iglesias, como la de la sagrada sabiduría.

En tanto, en Roma, en el 326, año de la visita de Constantino, se ejecutó a su hijo Crispo, en Pola, Dalmacia, por orden del propio Constantino, acusado de haber tratado de seducir a su madrastra, fausta, esposa de Constantino. Fausta también falleció a causa de un supuesto accidente en la bañera, donde se ahogó, aunque muchas versiones indican que fue la madre de Constantino la encargada de asesinarla, cuando se enteraron de que la acusación contra Crispo era falsa.

La madre de Constantino, ante estos hechos se dirigió en peregrinación a Tierra Santa.
Estos hechos hicieron sospechar a los opositores de Constantino que su conversión obedecía a razones de expiación de pecados por la cruel e injusta muerte de sus familiares.

Se puso en comunicación con el obispo de Jerusalén, donde se construyeron numerosas iglesias.
El bautismo de Constantino se produjo en el año 337, en su lecho de muerte, y fue enterrado en la iglesia de los Santos Apóstoles, en Constantinopla.

El emperador, Juliano el Apóstata (361-363), nuevamente comenzó una política persecutoria del cristianismo, pero a su muerte, el cristianismo resurgió con mayor intensidad.
El emperador Teodosio, el 27 de febrero del año 380, proclamó al cristianismo religión oficial del Imperio Romano.

Cultos orientales.

Desde su expansión por el Mediterráneo los romanos fueron dando acogida en su religión a divinidades extranjeras.  De alguna manera, sobre todo, al final de la República y con el Imperio, fue patente que los romanos se mostraban muy indiferentes hacia sus dioses, su espíritu religioso estaba en cierto modo vacío y las historias religiosas habían pasado a ser meras fábulas mitológicas, a pesar de que seguían celebrando sus festividades, alegres y bulliciosas, de manera que no es difícil comprender que la mística de los cultos orientales supusieran una llamada y una atracción para el espíritu religioso de los romanos. 


En otras palabras, la fe de los romanos no había desaparecido, pero las carencias de una educación romana irracional y ficticia permitía que la fe se acrecentara; el politeísmo oficial romano no satisfacía esa fe, de manera que los cultos de sectas filosóficas y los misterios de los dioses orientales sí daban una respuesta a esta fe, pues respondían a sus preguntas, aliviaban sus inquietudes, daban incluso explicaciones del mundo con reglas de conducta y cierto alivio ante el mal y la muerte.
Así pues, creencias religiosas procedentes de oriente, pero maduradas durante cierto tiempo en Grecia y en la esfera del helenismo, fueron penetrando en la sociedad romana paulatinamente.  En cierto modo, muchos de estas religiones orientales eran una mezcla de filosofía y de creencias, con sus dogmas, sus oraciones, sus himnos, sus sacrificios, sus ceremonias, etc.  No obstante, a grandes rasgos todas estas religiones comparten algunas características, como la existencia de unos dioses que sufren, mueren y resucitan, con explicaciones del cosmos, dioses protectores en función de la pureza del hombre, dioses que protegen a sus iniciados y a todo el universo.
Así, en el 204 a. C. acogieron la Piedra Negra, el símbolo de la diosa Cibeles, enviada por el rey de Pérgamo desde Pesinonte (Galacia, en la actual Turquía) a petición del senado de Roma, si bien prohibieron el culto a Atis, el amante de Cibeles, por ser sangriento y turbar el orden.
El culto a Baco y los misterios de las Bacanales que suponían ceremonias de iniciación especiales para sus adeptos fueron objeto de continuos escándalos que dieron lugar a que en el año 186 a. C. fueran ferozmente reprimidos y suprimidos.
Durante el imperio muchos de estos cultos, incluso los prohibidos y a pesar del intento de Augusto por frenar su avance, se fueron haciendo cada vez más populares, no sólo entre las clases altas romanas, lo que supuso un detrimento de los cultos nacionales; así, los cultos de Isis, Serapis, Cibeles, Atis, etc., serán frecuentes entre los romanos y contarán con sus propios templos y sacerdocios.  Claudio autorizó la liturgia dedicada a Cibeles y Atis; antes Calígula favoreció los cultos egipcios y Domiciano restauró con todo lujo el templo de Isis destruido en un incendio en el año 80 d. C.; Nerón sólo adoraba a Hadad y su paredrus Artagatis, una divinidad siria.
De incorporación tardía en el imperio, en el siglo II d. C. bajo los emperadores Flavios, es el culto de Mitra entre los romanos, dios persa del cielo, de la tierra y de los muertos.  Durante cierto tiempo rivalizó con el cristianismo, con el que coincidía en algunos aspectos como el monoteísmo y un tipo de bautismo, y, de hecho, fue uno de los pilares de los paganos para luchar contra el cristianismo; el mitracismo, durante mucho tiempo clandestino, se convirtió en culto oficial hasta su abolición por el emperador de origen hispano Teodosio.  Probablemente la representación más conocida de esta diosa era el Taurobolium, es decir, la diosa con una rodilla sobre un toro al que está sacrificando, clavándole un cuchillo.
Estos ritos y religiones, básicamente monoteístas, se desarrollaban con ceremonias públicas y también con ceremonias iniciáticas casi siempre secretas y mistéricas.  Entre los adeptos se elegía cuidadosamente a los sacerdotes de cada culto; todas estas religiones poseían una doctrina basadas en la revelación de los misterios y de la fe y en el prestigio que les daba su modo de vida y su atuendo.  De manera general, estas religiones imponían a sus seguidores, además de la iniciación, períodos de ascetismo –ejercicios religiosos-.  Sin embargo, entre los sectores de la población más tradicionalista todas estas religiones orientales fueron consideradas como sospechosas y sus sacerdotes como charlatanes, estafadores, desvergonzados, etc., que se aprovechaban del pueblo para sus propios fines y bienestar.
Desde el punto de vista teológico, las religiones orientales suponían una superioridad religiosa respecto de la religión romana; aunque los ritos orientales pudieran parecer bárbaros o impúdicos, tenían un efecto positivo entre los individuos.  Deslumbraban a sus fieles por el brillo de sus fiestas, la pompa de sus procesiones, sus místicos cánticos y su encantadora música; los obsesivos estados contemplativos y las prolongadas mortificaciones, las danzas y algunas bebidas provocaban que determinados cultos y ceremonias supusieran auténticas fiestas en las que los fieles alcanzaban un estado de éxtasis, de delirio y de bienestar donde olvidaban sus penas y su dolor; es decir, mediante diferentes caminos se llegaba al encuentro del saber, de la pura virtud y de la victoria sobre el dolor físico, el pecado y la muerte.
No obstante, conviene no olvidar que, aunque estas religiones fueran monoteístas y sus adeptos llegaran a adorar únicamente al dios de su doctrina, el estado romano seguía siendo politeísta, al admitir junto a los dioses antiguos, estos nuevos, sin que ninguno tuviera preeminencia sobre los otros.
Sin embargo, el culto extranjero más importante de los introducidos en Roma y, a la postre, el que se acabará imponiendo, será el cristianismo.

Mitos grecorromanos.

MITOS Y MITOLOGÍA
Hace miles de años, el hombre creía en la existencia de dioses y semidioses de forma humana y de conducta similar a la de los seres humanos. La religión, la ciencia y el conocimiento más exacto de la naturaleza han hecho desaparecer de la faz de la tierra a todas esas divinidades, salvo en algunas tribus indígenas de Asia, África y América.

En la antigüedad eran adoradas en Egipto, Asiria, China, Roma, Grecia, norte de Europa, las tres Américas y otras regiones.

Todas las fuerzas de la naturaleza, los sentimientos y las actividades humanas tenían su representación mitológica, su divinidad emparentada con otras por lazos familiares del mismo modo que los seres humanos.

De los dioses grecolatinos, el mayor era Zeus (G) o Júpiter (R) hijo de Cronos (G) o Saturno (R), dios del tiempo y Rea, la tierra.

Los hermanos de de Zeus eran Neptuno(R) o Poseidón (G), Hera(G) o Juno(R), Hades(G) o Plutón(R), Ceres(R) o Deméter(G), Minerva(R) o Palas Atenea(G).

De estas divinidades procedían los dioses menores y los héroes como Hércules o Prometeo. También habían monstruos de toda especie como: centauros (mitad hombre y mitad caballo), sátiros (mitad hombre y mitad cabra), sirenas (mitad mujer y mitad pez, minotauros (mitad hombre y mitad toro).

La profusión de dioses, semidioses, héroes y monstruos es características de todas las mitologías.

La mitología es la ciencia que estudia estas creencias y trata de comprender su significado.

Las divinidades romanas son las más famosas. Los grandes dioses eran 20, pero sólo 12 conformaban el consejo celestial, es decir, tenían voz y voto.


DIOSES:

GRIEGOS, ROMANOS

Zeus, Júpiter
Poseidón, Neptuno
Ares, Marte
Hefesto, Vulcano
Hermes, Mercurio
Febo, Apolo

DIOSAS:
GRIEGAS, ROMANAS

Hera, Juno
Afrodita, Venus
Hestia, Vesta
Deméter, Ceres
Artemisa, Diana
Palas Atenea, Minerva


Los otros dioses eran:

-Urano: el cielo
-Hado: el destino
-Saturno o Cronos, dios del tiempo
-Plutón o Hades: dios del infierno
-Baco (R) o Dionisios (G): dios del vino
-Cupido(R) o Eros (G): dios del amor
-Cibeles(R) o Rea (G): diosa de la tierra, madre naturaleza
-Proserpina (R) o Perséfone (G): diosa del infierno
Gea es la personalidad mitológica de la tierra (planeta), la más antigua de las deidades griegas. Gea nació del Caos, y de su unión con Eros nació Urano.
MITOS Y MITOLOGÍA
Hace miles de años, el hombre creía en la existencia de dioses y semidioses de forma humana y de conducta similar a la de los seres humanos. La religión, la ciencia y el conocimiento más exacto de la naturaleza han hecho desaparecer de la faz de la tierra a todas esas divinidades, salvo en algunas tribus indígenas de Asia, África y América.

En la antigüedad eran adoradas en Egipto, Asiria, China, Roma, Grecia, norte de Europa, las tres Américas y otras regiones.

Todas las fuerzas de la naturaleza, los sentimientos y las actividades humanas tenían su representación mitológica, su divinidad emparentada con otras por lazos familiares del mismo modo que los seres humanos.

De los dioses grecolatinos, el mayor era Zeus (G) o Júpiter (R) hijo de Cronos (G) o Saturno (R), dios del tiempo y Rea, la tierra.

Los hermanos de de Zeus eran Neptuno(R) o Poseidón (G), Hera(G) o Juno(R), Hades(G) o Plutón(R), Ceres(R) o Deméter(G), Minerva(R) o Palas Atenea(G).

De estas divinidades procedían los dioses menores y los héroes como Hércules o Prometeo. También habían monstruos de toda especie como: centauros (mitad hombre y mitad caballo), sátiros (mitad hombre y mitad cabra), sirenas (mitad mujer y mitad pez, minotauros (mitad hombre y mitad toro).

La profusión de dioses, semidioses, héroes y monstruos es características de todas las mitologías.

La mitología es la ciencia que estudia estas creencias y trata de comprender su significado.

Las divinidades romanas son las más famosas. Los grandes dioses eran 20, pero sólo 12 conformaban el consejo celestial, es decir, tenían voz y voto.


DIOSES:

GRIEGOS, ROMANOS

Zeus, Júpiter
Poseidón, Neptuno
Ares, Marte
Hefesto, Vulcano
Hermes, Mercurio
Febo, Apolo

DIOSAS:
GRIEGAS, ROMANAS

Hera, Juno
Afrodita, Venus
Hestia, Vesta
Deméter, Ceres
Artemisa, Diana
Palas Atenea, Minerva
 

viernes, 8 de marzo de 2013

El culto al emperador.

El primer emperador romano, Octavio, renovó y restauró mucho de los cultos tradicionales romanos que habían caído en desuso a lo largo de la República, sobre todo en su fase final.  En contrapartida, por un lado recibió un título de carácter religioso, Augusto, término que hasta entonces sólo se aplicaba a los templos consagrados según los ritos religiosos romanos; por otro lado, el propio emperador acabó siendo divinizado, de manera que, a partir de Octavio Augusto, la gran mayoría de los emperadores de los primeros siglos del imperio recibieron el título honorífico de Augusto, fueron divinizados, casi siempre en vida, fueron objeto de culto en Roma y en el imperio y en su honor se erigieron templos.  Esta situación duró hasta el siglo III d. C. y dicho culto imperial tuvo un papel unitario; sin embargo, la irrupción del cristianismo y su adopción final como religión oficial del estado romano modificaron y suprimieron el culto imperial.
Con todo, el culto al emperador también tenía ciertas influencias orientales, donde pueblos como los egipcios consideraban divinos a sus faraones.  En el caso de Roma, parece ser que por iniciativa de personajes influyentes en las provincias y en Italia se empezó a construir altares en honor de la diosa Roma y de su emperador Augusto, todavía en vida, muy probablemente para atraerse el favor de éste.  En Roma no se deificó en vida; sólo se veneraba al genius de Augusto, pero a su muerte en el 14 d. C. se dictó un decreto senatorial por el que fue divinizado, es decir, en término más propio, se produjo la apoteosis del emperador, del divus Augustus.  A partir de Augusto, la deificación del emperador se hizo en vida y sólo algunos emperadores eludieron o no recibieron la divinización en vida, como Calígula y Domiciano.
El culto a la diosa Roma y al emperador se constituyó en un vínculo poderoso entre éste y los súbditos a lo largo del imperio, de manera que en cada municipio y en cada provincia había altares y templos dedicados al emperador en el que se daba cabida también a las clases bajas e incluso a los libertos.
Entorno a estos cultos, sobre todo, bajo Augusto se instauraron juegos: los Ludi Actiaci, el 2 de Septiembre cada cuatro años para celebrar la victoria de Augusto sobre Marco Antonio en Accio; los Ludi Augustales, entre el 5 y el 12 de Octubre, a partir del año 19 a. C. para celebrar el retorno de Augusto desde Oriente; en el año 86 d. C., el emperador Domiciano instauró el Agon Capitolinus, en Junio y Julio cada cuatro años, con juegos deportivos al estilo griego y competiciones literarias y musicales.
No obstante, conviene decir que, si bien en un principio el culto imperial suscitó cierto ardor y apasionamiento entre los romanos, debido a las actitudes de ciertos emperadores al final de la dinastía Julio-Claudia, al uso de la violencia para llegar a ser emperador y al paso del tiempo, el culto imperial acabó convirtiéndose en una pieza más de la maquinaria política oficial del régimen, un símbolo de lealtad y deber hacia la figura del emperador, de manera que perdió su trascendencia original y terminó secularizándose.

La religion estatal.

Los romanos tenían dioses para toda la comunidad, que representaban el culto oficial y dioses privados, pertenecientes a cada familia en particular, ya que cada una de ellas era una unidad política, económica y religiosa.
La tríada oficial estaba integrada por tres dioses de origen indoeuropeo: Júpiter, Marte, dios de la guerra y Quirino, que era el rey Rómulo divinizado. Esta tríada fue reemplazada, bajo la influencia etrusca, por Júpiter, Juno y Minerva, representados con forma humana (antropomorfismo).
Había dioses que representaban a las fuerzas de la naturaleza, llamados númenes a quienes se les rendía culto en los campos, cuevas y bosques.
El personaje dominante de la religión estatal, era el Pontífice Máximo, que ejercía autoridad sobre el resto de los sacerdotes, que no se dedicaban sólo a la función religiosa sino que eran aristócratas que además desempeñaban las magistraturas o cargos militares.
 
Entre los más destacados sacerdotes, pueden mencionarse, a los Pontífices, organizados en un colegio de quince miembros. Probablemente su nombre signifique “hacedores de puentes”, al ser esa su función en los orígenes. Su función era fundamentalmente jurídica, brindando asesoramiento legal y supervisando las fiestas estatales y el calendario.
Los augures se encargaban de consultar la voluntad de los dioses, para saber si un día era apto o no, para realizar alguna acción (fasto o nefasto). Para comprender esta situación observaban ciertos signos de los animales, como el apetito de los pollos sagrados o el vuelo de las aves.
Los auríspices, cumplían la misma función de adivinación que los augures, pero la consulta a los dioses la hacían a través de las entrañas de los animales sacrificados, costumbre heredada de los etruscos.
Las vestales eran sacerdotisas consagradas al culto de la diosa Vesta, siendo inviolables al igual que el templo. Ingresaban a los 16 años, y durante 10 años se desempeñaban como aprendices, luego ejercían la función de cuidar el fuego sagrado durante 10 años y luego pasaban otros 10, enseñando a las novicias. Durante su desempeño realizaban voto de castidad, que si no era cumplido, eran quemadas vivas. Debían limpiar el templo de Vesta los días 24 de marzo, 24 de mayo y 16 de junio de cada año.
Dentro de los dioses familiares estaban los lares o dioses del hogar que lo custodiaban y estaban siempre en él. Cuando la mujer, extraña a la familia se incorporaba, por justas nupcias, y antes de realizar el ritual de tomar los dioses del marido ante el fuego sagrado, el reciente esposo la cargaba en sus brazos para atravesar el umbral, para que los dioses que allí moraban no se enojaran, ya que ella aún conservaba sus propios dioses familiares. Las habitaciones de la casa daban a un patio, llamado atrio, donde en una capilla se les rendía homenaje. El fuego sagrado, siempre encendido, era símbolo de devoción y respeto. A cargo de la religión familiar se hallaba el paterfamilias.
Los penates, representados por dos jóvenes que sostenían el cuerno de la abundancia, protegían las pertenencias materiales de los miembros del grupo familiar.
Los manes eran los antepasados muertos, a quienes cada familia ofrecía rituales particulares.
Cuando se produjo la conquista de Grecia, los romanos tomaron como propios los dioses griegos a quienes cambiaron la denominación, a excepción de Apolo que continuó con el mismo nombre.
La equivalencia entre dioses griegos y romanos fue la siguiente:
Griegos-Romanos
Zeus-Júpiter (Dios principal, del cielo y del trueno)
Hera-Juno (Dios de la fertilidad)
Atenea-Minerva (Diosa de la sabiduría)
Ares-Marte (Dios de la guerra)
Artemisa-Diana (Diosa de la caza)
Hermes-Mercurio (Dios del comercio)
Hefesto-Vulcano (Dios del fuego)
Hestia-Vesta (Diosa del hogar)
Apolo-Apolo (Dios de la belleza, de las artes
y de la profecía)
Afrodita-Venus (Diosa del amor)
Deméter-Ceres (Diosa de a fertilidad)
Poseidón-Neptuno(Dios de los mares)
Dionisio-Baco (Dios del vino y de las
fiestas)
Eros-Cupido (Dios del amor)
Cuando Roma conquistó Oriente, su culto influye decididamente en los conquistadores, tiñendo su religión de un contenido moral, que hasta entonces carecía, ya que la religión romana se componía de una mezcla de ceremonias y ritos que intentaban solamente lograr el favor de los dioses. La religión oriental ofrecía la oportunidad de redención, otorgándole suma importancia a las comidas rituales, al sufrimiento como modo de perdón de los pecados y a las ceremonias de purificación.
Dentro de las ceremonias de purificación, se destacó la de taurobolium, primero dedicada al culto de Cibeles y que luego se extendió a otros dioses. En este ritual de purificación, el devoto era colocado en un hoyo y bañado con la sangre de un toro sacrificado.
El culto a la Magna Mater o Cibeles, diosa de la tierra y protectora de su pueblo, a quienes les otorgaba frutos y mieses; salud y protección, tuvo su origen en Frigia (Asia Menor), y fue adoptado por los romanos en el año 204 a. C., como resultado de una profecía que vaticinaba que esta diosa los ayudaría a vencer a Aníbal. Durante las conmemoraciones en su honor se recordaba a su esposo Attis.
Attis era el Dios de la vegetación, que había muerto y resucitado, manifestándose eso en las estaciones, realizándose en su honor, ritos frenéticos.
El culto de la muerte y de la resurrección también se ofrecía en honor al dios egipcio, Osiris, víctima de la maldad de su hermano Seth.
El culto a Mitra, dios iranio, estaba reservado a los hombres, sobre todo para los soldados, representándolo como un muchacho que está matando un toro. De la sangre del toro surgiría la vida vegetal y animal.
En el año 313 se adoptó el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano.